¿Quién no ha experimentado alguna vez esa gran alegría que se siente cuando uno le hace un regalo a una persona y ella le devuelve una sonrisa conmovida diciendo ¡Gracias!? Pero también ¿quién no ha sentido esa gran desilusión que produce hacer un regalo que nos ha costado tiempo y dinero, o hasta fatiga encontrar, y que la persona lo reciba sin darle importancia, como si no valiera nada, o como si fuera su derecho recibirlo y no diga una sola palabra de agradecimiento o si lo dice, lo haga secamente?
¿A qué se debe esa diferencia de actitudes? Al corazón de la persona que recibe el regalo pues un corazón duro recibe lo que le dan como si fuera su derecho y es incapaz, a su vez, de dar a otro ni siquiera una sonrisa a cambio, salvo que le convenga.
El que se siente por encima de los demás, no agradece porque considera que todos le deben pleitesía. Pero el que está debajo, agradece todo lo que le dan como si fuera un favor inmerecido. Cuanto más humilde sea la persona, más reconocerá el valor del favor que le hacen y más agradecida estará. ¿Cuál debe ser nuestra actitud con Dios? Nosotros hemos recibido todo de Él. No sólo la existencia, sino la vida misma. Ese aliento que hincha nuestros pulmones es un eco del espíritu que Dios sopló en las narices de Adán y que aún resuena en nuestro pecho. Es una pequeña parte de la propia vida de Dios que respira en nosotros. Y si Él retirara por un solo instante su atención de nosotros, retornaríamos súbitamente a la nada de la que salimos.
No sólo la vida, el cuerpo y los sentidos; la mente con sus facultades, la memoria, la imaginación y la inteligencia; los sentimientos y emociones que hacen bella la vida; y la voluntad que nos permite dirigirla; todo lo hemos recibido de Dios. Nada hemos obtenido por nuestro propio esfuerzo y nada de lo material que poseemos nos llevaremos cuando dejemos este mundo.
“Den gracias a Dios en cualquier situación, porque esto es lo que Dios quiere de ustedes como creyentes en Cristo Jesús”. 1 Tesalonicenses: 5:18 NBV
Hemos de dar gracias a los demás por los favores que nos hacen. Pero, sobre todo, hemos de dar gracias a Dios por todas las cosas. No sólo en las alegrías, sino también en las penas. Porque todo viene de Dios.
Todo lo que sucede al hombre, sea bueno, sea malo, viene de Dios, porque nada puede ocurrirnos sin que Él lo permita. Muchas de las cosas malas que le suceden al hombre son simplemente consecuencia natural de sus propios actos. Pero muchas también son cosas con las que Satanás busca afligirnos, porque “él ha venido -dijo Jesús- sólo para robar, matar y destruir” Juan 10:10 NBV. Sin embargo, nada de lo que el diablo nos quiera hacer para atormentarnos puede sobrevenirnos si Dios no lo permite. Y si Dios lo permite, o lo quiere directamente, no es por maldad, no es por hacernos daño, tampoco por darle gusto al diablo, sino para nuestro bien. Fue Dios quien permitió que el diablo afligiera a Job. Si no se lo permitía, no hubiera podido hacerle nada.
A nosotros nos es difícil comprender cómo de un mal puede Dios sacar un bien. Hay un refrán español, sin embargo, que expresa esa verdad: “Dios traza renglones derechos con pautas torcidas”. Y hay otro que expresa una verdad semejante: “No hay mal que por bien no venga”. (Nótese que muchos refranes antiguos expresan pensamientos basados en la Biblia). Dios está mucho más alto que nuestros pensamientos y sus caminos -dice su palabra- no son nuestros caminos (Isaías 55:8-9). El amor infinito que Dios tiene por el hombre hace que todo lo que a su criatura le sucede, aun el castigo, sea para su bien, no para su mal.
No olvides que todo lo que tienes viene de Él y que tú no has ganado con tu esfuerzo ni un solo latido de tu corazón. Que todo se lo debes a Él y que, así como viniste a este mundo desnudo, desnudo también te irás. El Salmo 34 expresa cuál debe ser nuestra actitud permanente: “Bendeciré al Señor en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca.” (v. 1) Sí, en todo tiempo lo he de bendecir y su alabanza estará de continuo en mi boca. Es decir, incesantemente; sin dejar de alabarlo un solo instante. ¿Es posible esto? Sí es posible dar gracias a Dios a lo largo del día por todo lo que podemos hacer, por todo lo que recibimos y por todo lo que nos sucede. Basta proponérnoslo. Clic para tuitear
“Y todo lo que hagan o digan, háganlo en el nombre del Señor Jesús, y por medio de él acérquense a la presencia de Dios con acción de gracias”. Colosenses 3:17 NBV
Vivir de esta manera trae consigo una gran recompensa. En primer lugar, nos hace estar alegres, porque la alabanza y el agradecimiento ahuyentan la tristeza. Clic para tuitear Uno no puede dar gracias y a la vez quejarse. Porque uno de dos: o agradezco, o me quejo. El que se queja está triste por lo que causa su lamento; el que agradece, está lleno gozo por el bien recibido. Y si acaso le sobreviene un percance, agradece a Dios de antemano por la solución que Él le envía.
Agradecer nos prepara para recibir más de lo bueno.
El que no agradece a Dios por todo, se pierde la oportunidad de recibir todas las bendiciones que Él le tiene preparadas. Clic para tuitearAgradecer nos mantiene humildes y combate el orgullo. No es posible ser soberbio cuando uno reconoce que lo que tiene no es por mérito propio, sino al contrario, es inmerecido. Porque si uno merece lo que recibe, no necesita agradecerlo, es un pago.
Agradecer agrada a Dios. Jesús sana a diez leprosos que encuentra. “¿No eran diez los que fueron sanados? ¿Cómo es que sólo uno y todavía extranjero, regresa a agradecerlo? ¿Dónde están los otros nueve?” Lucas 17:17-10. Fíjense, fueron nueve los que recibieron de Jesús su sanidad, pero este samaritano agradecido recibió algo más, algo mucho mejor y más valioso que su sanidad: su salvación eterna. Siempre el agradecido recibirá doble.
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